

Diario de minería, petróleo y campo.
Una reciente publicación que circula en redes sociales de antimineros sostiene que “la minería de uranio es la más contaminante de todas”, que “el uranio solo sirve para hacer bombas” y que las centrales nucleares son sinónimo de destrucción. El mensaje concluye con una consigna rotunda: “que el uranio permanezca en nuestro suelo”.
Estas afirmaciones, cargadas de dramatismo, pueden resultar efectivas en términos emocionales, pero carecen de sustento técnico y desconocen por completo la historia y el desarrollo nuclear de Argentina.
Desde AgendaIndustrial.com decidimos responder punto por punto, para separar la alarma del dato, y el mito de la realidad.

1. ¿La minería de uranio es la más contaminante de todas?
No. Decir que es la más contaminante es una exageración sin sustento técnico. La minería de uranio, como cualquier otra actividad extractiva, requiere controles y gestión de residuos. Pero cuando se aplican buenas prácticas —como las que utilizan países líderes en el rubro, como Canadá y Australia— los riesgos ambientales se reducen al mínimo.
En Argentina, la extracción de uranio está regulada por la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN) y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), organismos que siguen protocolos internacionales. No hay evidencia de que los proyectos actuales, bajo evaluación ambiental, impliquen riesgos mayores que otros tipos de minería.
2. ¿El uranio solo sirve para fabricar bombas?
Falso. El uranio enriquecido con fines bélicos es muy diferente del que se utiliza en el ámbito civil. En Argentina, toda la actividad nuclear tiene usos pacíficos: producción de energía, desarrollo tecnológico, medicina nuclear, investigación científica y exportación de reactores de investigación.

El país es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), y su actividad está sometida a inspecciones y salvaguardas internacionales. Hablar de “uranio igual a guerra” es un reduccionismo peligroso que desconoce décadas de política nuclear responsable en Argentina.
3. ¿Las centrales nucleares son sinónimo de catástrofe?
Otro mito. Es cierto que los nombres “Chernobyl” o “Fukushima” disparan alarmas. Pero también hay que entender los contextos. El accidente de Chernobyl ocurrió en 1986, en un reactor soviético obsoleto, sin las barreras de seguridad que hoy son obligatorias. Fukushima, en 2011, fue producto de un tsunami extremo que superó toda previsión.

En más de 400 reactores operativos en el mundo, los incidentes graves han sido excepcionalmente pocos, y la energía nuclear sigue siendo una de las formas de generación más seguras por cantidad de energía producida, según estudios de organismos como la OMS y la Universidad de Oxford.
4. ¿Tiene sentido explotar uranio en Argentina?
Sí. Y por varias razones. Argentina no solo tiene reservas de uranio, sino que además posee capacidades tecnológicas que la ubican entre los pocos países del mundo con desarrollo nuclear completo: desde la exploración hasta la generación de energía y la construcción de reactores.

Importar uranio, cuando se puede producir con estándares nacionales y generar empleo local, debilita la soberanía energética y tecnológica. Además, apostar por energía nuclear ayuda a descarbonizar la matriz energética sin depender de combustibles fósiles que sí tienen impactos ambientales y económicos elevados.
Una discusión necesaria, sin slogans
Debatir el rol de la minería y de la energía nuclear es legítimo. Pero hacerlo con frases como “que el uranio se quede en el suelo” empobrece la conversación. El desafío no es rechazar los recursos naturales, sino usarlos con responsabilidad, conocimiento y beneficios reales para el país.
Argentina tiene la oportunidad —y la obligación— de decidir con información y sin dogmas. La energía nuclear es una herramienta más, no un enemigo. Y el uranio, lejos de ser un demonio radiactivo, es parte de un futuro energético más limpio, seguro y soberano.
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