
Diario de minería, petróleo y campo.
Esquel y el milagro productivo del cartel que no da trabajo
En Esquel descubrieron un nuevo modelo económico revolucionario: la economía de la pancarta. No genera empleo, no paga impuestos, no requiere inversión, pero tiene algo que ninguna otra actividad ofrece: permite sentirse moralmente superior sin moverse de casa.
¿Para qué desarrollar minería, atraer inversiones o fomentar la industria, si podemos imprimir carteles, marchar una vez al mes y repetir mantras vacíos sobre un “modelo alternativo” que nadie explica?

Mientras tanto, la temporada invernal 2025 se derrite más rápido que la nieve en La Hoya. Las reservas hoteleras no llegan ni al 20%, los comercios están al borde del cierre, y los vecinos ya no saben si esquiar o directamente mudarse.
Claro que los verdaderos responsables son siempre otros: el concesionario privado, el gobierno, el clima, la inflación, la globalización, el horóscopo chino. Nunca —jamás— el hecho de haber rechazado hace dos décadas un proyecto minero que prometía más de 1.000 puestos de trabajo, infraestructura y sueldos por encima del promedio.
Hoy, mientras algunos celebran que el oro sigue enterrado, la ciudad se sostiene con changas como el raleo de pinos y la caza de liebres. Sí, la liebre: el nuevo símbolo de la resistencia productiva. No hay minería, pero hay liebres. ¿Quién necesita desarrollo cuando se puede vivir de la zafra y la nostalgia?

El colmo de la ironía lo pone Ricardo Bestene, férreo antiminero devenido crítico del modelo turístico. Hoy, con tono preocupado, denuncia que “ni las familias bien acomodadas pueden pagar para esquiar”. Tal vez —solo tal vez— habría que haber pensado en una economía que también incluya a los que no tienen apellidos compuestos o cuenta en dólares.
¿Y el famoso foro de actividades productivas alternativas que impulsaban los antimineros?
Silencio. Ni una pyme surgió de ahí. Tal vez el foro era tan sustentable que se biodegradó antes de concretarse.

Mientras tanto, Esquel se apaga. Pero eso sí: con conciencia ambiental, sin minería, y con pancartas muy bien diseñadas. Porque aunque no haya trabajo, siempre hay alguien dispuesto a explicar por qué el oro contamina y el desempleo no.
Es momento de dejar de romantizar la pobreza disfrazada de pureza ideológica.
Esquel no merece ser el museo de lo que pudo ser.
El desarrollo no es una mala palabra. La minería responsable, moderna, controlada y con licencia social real, puede ser una salida.
Pero para eso hay que soltar la pancarta, y arremangarse.