Diario de minería, petróleo y campo.
El glifosato es el principio activo de numerosos herbicidas comerciales. Aunque ahora sabemos que fue sintetizado por primera vez en la década del 50, no fue hasta 1970 cuando John E. Franz, un químico de Monsanto, descubrió sus efectos herbicidas. El mismo empezó a comercializarse en 1974 con el nombre de Roundup.
El éxito de Roundup llegó a partir de 1994-96 cuando la misma Monsanto empezó a comercializar plantas genéticamente modificadas inmunes al efecto del glifosato. Esto permitía utilizar intensivamente el herbicida para eliminar las malas hierbas sin afectar el cultivo principal. Evidentemente, aunque tardó unos años, el uso del producto despegó de forma brutal. Y por si fuera poco, la última patente comercial de Monsanto acabó en el año 2000, con lo que empezaron a aparecer genéricos que hicieron aún más competitivo el uso de estas sustancias.
“El glifosato inhibe la ruta de biosíntesis de aminoácidos aromáticos, la ruta del shiquimato. Al ser ésta una ruta exclusiva de las plantas, prácticamente no tiene toxicidad en animales.” Destaca un especialista en el tema consultado por Agenda Industrial. “Para que nos hagamos una idea, sustancias de uso común como la cafeína o el paracetamol tienen índices de toxicidad mayores que el glifosato.” Resalta el especialista.
“Para que nos hagamos una idea, sustancias de uso común como la cafeína o el paracetamol tienen índices de toxicidad mayores que el glifosato.”
Otra característica importante es que tiene una vida media muy corta (22 días) antes de biodegradarse en sustancias no tóxicas. Esto hace difícil que sus efectos acumulativos tengan un impacto significativo a medio-largo plazo. Aunque como es evidente, su uso intensivo tiene efectos sobre el entorno en el que se aplican, no serían propiamente tóxicos.
El glifosato está en la lista de ‘probablemente cancerígenos’ de la OMS. Justo al lado de la carne roja o ser peluquero. Recordemos que la lista del IARC se elabora según el nivel de evidencia que existe y no sobre los efectos o riesgos que tienen las sustancias. Es decir, hay suficiente evidencia científica como para pensar que sea probable que la exposición al glifosato cause cáncer (1994).
¿Cuál sería esa probabilidad? No muy alta, según sabemos hoy en día. Al menos, no muy alta por contacto indirecto con el producto. En el peor de los casos, algunos expertos estiman que una persona debería comer por día alrededor de 16,8 kg de soja durante dos años para igualar la dosis que se ha planteado como cancerogénica. Aunque, y esto es importante, los estudios que ‘demostraban’ esa relación causal con el cáncer, como en el caso del aspartamo, fueron retirados por tener serios problemas metodológicos. O sea, por la información de la que disponemos hasta el momento, la dosis de uso comercial, es muy complicado (por vida media y por concentración) que tenga algún efecto a largo plazo en las personas.
una persona debería comer por día alrededor de 16,8 kg de soja durante dos años para igualar la dosis que se ha planteado como cancerogénica.
A día de hoy, hay herbicidas y pesticidas en uso mucho más tóxicos que el glifosato. Las atrazinas, por ejemplo, se siguen usando y son más problemáticas medioambientalmente porque utilizan vías que no son exclusivas de las plantas (como en el caso del glifosato) y ataca a los anfibios erosionando el medio en el que se encuentran. Sin irnos muy lejos, tenemos también el Paraquat, un pesticida de uso relativamente común que es extremadamente tóxico para el ser humano y puede producir vómitos, quemaduras o problemas neurológicos serios.
No está claro cuál es el criterio para eliminar unos productos y no otros más peligrosos. Este es, de hecho, el principal argumento contra la ‘guerra contra el glifosato’. La historia nos muestra cómo, a veces, se instalan estados de ánimo (o de histeria colectiva) que sin ser ridículos tienen un impacto muy importante en la vida de las personas.