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OPINION: ¿Ambientalismo o pobreza planificada? El dilema que Argentina no quiere resolver

OPINION: ¿Ambientalismo o pobreza planificada? El dilema que Argentina no quiere resolver

Qué privilegio es ser argentino. Mientras el mundo avanza, combatiendo la pobreza con desarrollo, nosotros nos damos el lujo de mirar hacia otro lado cuando se habla de explotar nuestros recursos naturales.

¿Para qué ensuciarnos las manos extrayendo metales de la entraña misma de nuestra tierra, si podemos seguir mendigándolos, perdón, importándolos con una elegancia suprema? ¿Para qué generar empleo genuino, si podemos vivir de subsidios y discursos de nuestros iluminados líderes politicos?

Y la constante épica que tienen de reinventar la rueda. ¿Para qué aprender de las experiencias exitosas de otros países en materia de desarrollo, minería responsable o gestión económica? ¡No! Aca, cada gobierno que llega siente la imperiosa necesidad de refundar el universo desde cero, con resultados invariablemente… peculiares.

Los minerales no se mudan por decreto

Los minerales, como bien saben hasta los chicos en la escuela, no se extraen donde a los políticos o de esos grupos «antimineros» que, sin duda; poseen un doctorado en geofísica aplicada; les parece más cómodo, sino donde están. No es capricho de las empresas: es geología. Pretender que la riqueza minera se explote solo donde no «moleste» es como pedir que el petróleo brote en el patio de la casa de los que protestaban en contra Vaca Muerta. Una fantasía.

Pero aca, donde la lógica se toma vacaciones permanentes, en lugar de debatir con seriedad cómo extraerlos de manera sustentable, preferimos el cómodo discurso del «no a la minería», o «el agua vale mas que el oro» un cántico, dicho sea de paso, coreado con entusiasmo por ambientalistas prósperos, sospechosamente bien financiados, algunos con fondos extranjeros que poco tienen que ver con el cuidado real del planeta y mucho con intereses geopolíticos o competencia económica.

Mientras ellos se llenan la boca hablando de «defender la tierra», (¿de qué tierra exactamente? ¿de la que no produce un miserable empleo?) no proponen alternativas reales para las miles de familias que podrían salir de la pobreza con empleos formales y bien remunerados. ¡Pero qué importa eso cuando se puede lucir una remera con una consigna ingeniosa!

Pero claro, ¿para qué debatir con datos si tenemos consignas de almohadón? «El agua vale más que el oro»«sin oro se vive, sin agua se muere» frases bonitas para estampar en una remera, pero vacías como un discurso político en año electoral. Repetirlas no las vuelve verdades absolutas, sino eslóganes baratos que evitan pensar. ¿O acaso alguien cree que Canadá o Noruega; países con más agua dulce que nosotros y minería desarrollada; eligieron morir de sed en nombre del progreso?

La minería responsable no es enemiga del agua, como el campo no es enemigo de la tierra: el problema no es la actividad, sino cómo se regula. Pero, ¿para qué exigir controles serios si podemos quedarnos en la comodidad del ‘la mina contamina’ y aplaudirnos por ‘defender la vida’ mientras condenamos a pueblos enteros a la pobreza eterna? La hipocresía, al menos, debería ser sustentable.

El ejemplo de Chile: cobre vs. discursos

Miremos a nuestro vecino, Chile, el mayor productor de cobre del mundo. Mientras Argentina discute si la minería es «ética» o no, como si la pobreza extrema si lo fuera, ellos han convertido ese mineral en el pilar de su economía, financiando educación, infraestructura y desarrollo social. ¿El resultado? Un PBI per cápita que duplica al nuestro y una pobreza que, aunque aún existe, no se compara con la nuestra.

Claro, podrán decir que Chile tiene sus problemas, pero nadie puede negar que, gracias a la «maldita megamineria» tiene más recursos para resolverlos. Nosotros, en cambio, seguimos empeñados en el romanticismo de la pobreza digna, como si el subdesarrollo fuera una medalla al mérito, un rasgo distintivo de nuestra idiosincrasia.

¿Qué le dejamos a las futuras generaciones?

La mejor herencia no es un país lleno de tierras «protegidas» pero sin industrias, sin trabajo y con una deuda externa que nos aprieta el cuello como un collar de hierro oxidado. El verdadero legado debería ser desarrollo, oportunidades y soberanía económica. ¿O acaso creemos que las generaciones futuras nos agradecerán por haberles dejado un país sin minería, pero también sin hospitales decentes, sin rutas transitables y, lo más grave de todo, sin una pizca de esperanza en el horizonte?

El ambientalismo serio, señores, no se trata de prohibir, sino de gestionar con responsabilidad con inteligencia, con visión de futuro. Países como Canadá, Australia y Noruega extraen sus recursos con altísimos estándares ambientales y, a la vez, son líderes en calidad de vida. Nosotros, en cambio, nos conformamos con el postureo de decir «no» mientras otros se llevan lo que podría ser nuestro.

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Un lujo que no nos podemos permitir

Argentina tiene una riqueza inconmensurable bajo sus pies, pero prefiere el lujo de no tocarla. Un lujo que, en realidad, es un suicidio económico lento y doloroso. Mientras tanto, el mundo sigue avanzando, los mercados demandan cada vez más minerales, y nuestros vecinos aprovechan lo que nosotros con una arrogancia inexplicable, despreciamos.

¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que la riqueza es pecado y la pobreza, virtud? Las futuras generaciones merecen algo más que discursos. Merecen un país que no renuncie a su propio futuro. ¡Pero qué sé yo! Quizás la épica de la decadencia tenga su propio encanto… para algunos.

Mientras tanto, sigamos disfrutando de ese intangible «privilegio» de ser argentinos, ese sentimiento único que nos embarga al ver cómo nuestros vecinos progresan y nosotros… bueno, nosotros tenemos el tango. ¡Y eso, señores, no tiene precio! Aunque tampoco genera divisas.

Por: Daniel Diaz Escobar

Sector minero & Agenda Industrial

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